dijous, 10 de juny del 2010

Boli o foto? San Carlo alle Quattro Fontane, de Francesco Borromini. Pasando por la biblioteca Vila de Gràcia de Pep Llinàs..


La LÚMIX LX3 a la izquierda, un Pilot V5 a la derecha.
Esto fue en Roma en diciembre de 2009,
con nocturnidad y riesgo de atropello.
La fachada, ejecutada entre 1662 y 1667.


Más allá del ámbito de la mecánica sexual, en pocas ocasiones he estado al borde del orgasmo sin carne por en medio. Una de ellas, aquí dentro. En Roma, en el interior de una iglesia y junto a mis padres. Tenía 19 años, a punto de empezar tercero de arquitectura y aquí estaba yo tras cruzar Europa en una roulotte: en una de las obras más bestias de Francesco Borromini.
En una de las obras de arquitectura más bestias y punto.

Llevaba bien aprendido que esta fachada, por primera vez en el mundo mundial, no era una fachada. No lo era en el sentido de vestidito que se le pone a un edificio, independientemente de lo que haya dentro. Porque hasta la fecha las fachadas se componían como proyectos autónomos, sin relación alguna con el interior. De hecho, no son pocas las catedrales medievales cuyas fachadas no se construyeron hasta finales del XIX: en la de Barcelona, por ejemplo, trabajó el mismísimo Antoni Gaudí, lo que nos da una pista del parque temático de fondo que habita en cualquier casco antiguo que se precie. Pero volvamos a San Carlo. Las curvas, tensiones y dobleces de la fachada se deben a que la geometría empuja el edificio desde dentro, la fachada ha sido víctima de la deflagración espacial en el interior de la iglesia.



Pero el mundo actual va por otros derroteros. Tanta mierda de MBA, Esades y gilipolleces varias nos llevan por otra dirección: dividir, externalizar, subcontratar, segregar procesos. Evidentemente la fachada ya no tiene que ver con nada, ya no puede tener relación con nada más que consigo misma. La misma lógica del proceso de producción de la obra va encaminada a ello: a la interferencia cero entre industriales. Y es que las constructoras son entidades abstractas, un mago de Oz que mueve los hilos de un ejército de subcontratas de quita y pon. Y todas con su ISO, eso sí.

Y ahora, cuando toca poner el punto y final a esta entrada, me acuerdo de Pep Llinàs. Un friki que se queja que en Arquitectura ya no hay domingos. Una apreciación que, por trascendente, la voy a dejar así, a la espera de dedicarle una entrada a ella sola. El caso (el otro caso que ha provocado el asociar Llinàs con Borromini) se llama biblioteca Vila de Gràcia (2002), situada en la esquina de Torrent de l'Olla i Travessera de... Gràcia, claro. En Barcelona. O casi, que en Gràcia habita el separatismo extremo.
Resulta que Pep Llinás se encontró con un programa funcional demasiado optimista respecto al solar disponible. Así que el edificio le sale obeso, gordo. Hasta necesita de la faja de unas correas de acero para que no se le desparrame la tripa.
Pese a este verano incipiente, en este caso no hay operación bikini que valga. Vivan las chichas!


M6+Elmarit28ASPH+Tri-X+ el escorzo de rigor


M6+Elmarit28ASPH+Tri-X+ el edificio barrigudo

1 comentari:

  1. La verdad es que el apunte a boli de San Carlo tiene mucho mérito, si algo recuerdo yo de esta iglesia, más allá de una notable caminata, con tunel incluido y final en puerta cerrada (Arnau, ¡siempre tarde!) es una acera de casi medio metro en una esquina con dos calles atestadas de tráfico, ¿y, quien coño y desde donde va poder mirar-¡y dibujar!- todo este despliegue de fachada? Pues aquí tenemos la respuesta.

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