Haneke suele reflexionar sobre la violencia en su cine y en esta última película lo hace de manera magistral. La cinta blanca, esconde tras unos planos poéticos y bellísimos, una sociedad inhumana y podrida que lleva hasta las últimas consecuencias la necesidad de castigar aquellos que no se avienen a sus reglas. Me entusiasma, además de la perfección de cada plano, esa aparente frialdad y distancia que utiliza Haneke para no caer en la sensiblería o en el dramatismo. La película tiene un ritmo de crescendo lento que hace disfrutar al espectador a la vez que se va horrorizando cuando va cayendo en la cuenta de lo que realmente está pasando y de cuán acertada es la tesis de Haneke.
La educación a la que están sometidos los niños protagonistas de la película de Haneke les hace crueles y rígidos, duros y fuertes. Les prepara para la guerra, para ser implacables sin cuestionarse. Esta violencia se imparte con la coerción hasta penetrar en todos los rincones de la mente y de la vida. Haneke pinta el estado del miedo, en que todos pueden impartir castigos y no hay permiso para ser débiles o mostrar sentimientos.
La violencia es un tema que me tiene fascinada, en 2666, Bolaño habla de ella en todas sus formas: violencia cotidiana, que ejercemos y aceptamos en nuestras relaciones de amistad, familia, pareja o laborales hasta la violencia de la policía, de los poderosos, de los narcos, pero también de los machos sobre las hembras, de los blancos sobre los negros, de las élites, de los mediocres, de los corruptos, en definitiva de todo aquel que en un momento preciso ostente el poder. Y por qué no la violencia que ejercemos sobre nosotros mismos al obligarnos a ser quien no somos, al callarnos cuando queremos gritar y al aceptar un mundo tan zafio.
Haneke y Bolaño me dejan preguntándome ¿cómo parar esta espiral de violencia, cómo podemos escabullirnos de ella, cómo ser Archimboldi y vivir al margen de la sociedad? ¿Cómo escaparse de un mundo en el que Ciudad Juárez es posible? ¿Cómo no ser parte de las guerras y de la explotación? ¿Cómo luchar contra la barbarie? ¿Cómo dejar de ser un intelectual que se refugia en el ficticio mundo de las aulas y los libros?
La violencia es la base de la convivencia en sociedad a la par que es su mayor amenaza. Y cómo negar que la violencia es también diversión y placer, si no que se lo digan a Tarantino o a un masoquista. Y muchos tenemos cierta dosis de masoquistas. Michael Haneke ha elegido este tema como centro de su filmografía porque es algo esencial en el ser humano, es consustancial a la propia vida. La violencia es necesaria, es deseada y es estética. Además genera fascinación y es parte de la poética humana, del heroísmo y la épica.
La violencia forma parte del poder del estado, de la religión y está legitimada en miles de ocasiones. Un pacifista es un iluso, porque defenderse es necesario. Sin embargo, a veces, la política, la prensa, la sociedad, suele reaccionar a la violencia de un modo tan demagógico que da asco. La utiliza para repartir populismo, otra forma más de violencia: endureciendo leyes, alargando penas, repatriando inmigrantes. Con el objetivo de hacernos creer que hay alguien que nos preserva de la violencia, que parece patrimonio de malhechores, cuando otro tipo de violencia campa a sus anchas. La violencia va de la mano del capital cruzando fronteras sin necesidad de pasaporte.
Hasta hace relativamente poco existían ejecuciones públicas en Barcelona y era normal, la violencia es así, es una convención social y legal a veces arbitraria. Pero, ¿cuál es el límite? ¿Cómo reducir esa dosis de violencia aceptada? Quizás hay que recuperar la sensibilidad que cada día parece más atrofiada. Pero ¿cómo dotar a los que ostentan el poder de sensibilidad?
Recomiendo la filmografía completa de Michael Haneke, pero especialmente La Cinta Blanca. Y recomiendo Putas Asesinas y 2666 de Roberto Bolaño. Saquen sus propias conclusiones.
Me caes mal, Elaine. Porque me has provocado la necesidad de tragarme "La cinta blanca", y sé que lo pasaré mal, muy mal. Haneke es un tipo aterrador, con el que me cago de miedo. Sí, vale, a partir de que salga del cine lo empezaré a degustar, pero...
ResponEliminaQue no, tonto, que no. Lo de aterrador era más en funny games, en esta peli no da miedo mientras la ves, da muuuuuucho más miedo después, cuando lo piensas. Nini.
ResponEliminaAlguien podría pensar que este post no tiene nada que ver con la arquitectura, pero ¿es qué no superan el umbral de violencia aceptable algunos de los edificios de Calatrava?
ResponEliminaGracias Nini por tus reseñas y reflexiones.
Hombre... Haneke y Calatrava me causan pavor, pero no es lo mismo... El uno vivisecciona la violencia inteligentemente. La violencia del otro estriba en que construye horteradas enormes y que nos tragaremos por los años de los años. Si se quemaran, como las fallas, pues bien. Pero...
ResponEliminaNada más lejos de mi intención que comparar a Haneke con Calatrava!, uno hace películas críticas y preciosistas, el otro... bueno dejémoslo. Pero si algo he querido entender de lo que explica Nini es que la violencia es consustancial al poder, y la arquitectura, especialmente alguna arquitectura, tiene bastante que ver con el poder (o con los dispositivos del poder que diria Agamben). Bueno, por último, desde que me he mudado he cambiado las vistas sobre la torre de Foster por las de la antena de Montjuich, así que Calatrava es un nombre que viene facil a la memoria. Esperemos que el ficus crezca rápido y tape las vistas.
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