dijous, 28 de gener del 2010

Cerdà, un ensanche incomodo.

Respecto a "mi tema: el edificio contenedor", ya hace algunos días, alguien (no arquitecto) pregunto si la Pedrera era un edificio contenedor, los arquitectos ahí presentes, que no éramos pocos, nos apresuramos a respoder que no, que los edificios de Gaudí nunca son ajenos a su entorno cultural y físico. Otra historia muy distinta es re-utilizar un edificio existente con, o sin, valor arquitectónico para que en él se sucedan acontecimientos culturales, algo así como un contenedor cultural, en este sentido el término se utiliza por primera vez, que yo conozca, en el plan de recupración del centro histórico de Bolonia.

casa Milà, o La Pedrera, vista con el ojo de Isidre

Aprovechando el paso del Pisuerga, alguien comentó a modo de anécdota, que un pilar de la Pedrera, se salía de la alineación, "¡está fuera de normativa!", lo desconocía y tampoco lo he comprobado, pero si así fuera, no se trata de ningún error, o descuido. Conociendo los implicados, es una provocación: esto es lo que pienso de tus alineaciones, de ti y de tu maldito plan. Porqué Gaudí como todo buen burgués catalán odiaba a Cerdà y su ensanche. Claro que este odio no le impidió ser el arquitecto que mejor ha leído y aprovechado esas plazas que casi por casualidad aparecen en cada cruce.
Que la burguesía catalana de mediados del XIX odiase a Cerdà entra dentro de lo normal, lo delirante es que ese odio se prolongase durante casi 150 años. No es ningún descuido que para dedicar una plaza o calle a uno de sus más ilustres ciudadanos y que mayor huella ha dejado en la ciudad, tuviésemos que esperar más de cien años, un ayuntamiento franquista y buscar una plaza, por llamarle algo, ahí donde Barcelona ya pierde su nombre. El ingeniero y su familia arruinados por los feos del Ayuntamiento, abandonaron la ciudad que nunca les quiso, y ésta creció odiando, desvirtuando y agrediendo su plan de ensanche.
Que la burguesía catalana, en su momento, aborreciera el ensanche formaba parte del guión, era lo natural, a fin de cuentas el ensanche no estaba por la labor de dar respuesta a sus necesidades de representación, hubiese preferido bulevares radiales y plazas, a lo Haussman. Pero Cerdà era un humanista, un universalista y un idealista con la justicia social en el centro de sus intereses:

“La base fundamental del proceder de todo facultativo, ha de ser siempre y ante todo la justicia, y la justicia demanda, exige, impone esa uniformidad e igualdad…que los necios llaman monotonía.” Teoria de la Vialidad Urbana.

Vamos, en las antípodas de la intelligentzia catalana.
No nos confundamos, tampoco era algo así como un proto-comunista:

la individualización es una tendencia natural en el hombre, que nunca quiere confundirse ni que se confundan sus cosa con los demás…” Teoría General de la Urbanización.

Su pensamiento era algo más complejo e interesante, alguien puede acusarle de determinista tecnológico o de ingenuo, pero la élite cultural catalana en su acostumbrado vuelo gallináceo lo consideró una afrenta más de Madrid y zanjó el tema. Otro Milà, Milà i Fontanals, uno de los padres de la Renaixença, abrió la veda del odio y las injurias, los demàs sólo le siguieron durante unos 100 años.
Sin duda el universalismo y el individuo como prioridad no casan con los nacionalismos, pero si Cerdà fuera francés, amén de bulevares con su nombre distribuidos por doquier, sería de estudio obligado en la escuela y figura destacada en cualquier historia del urbanismo.
Más allá del ensanche de Barcelona está todo el andamiaje teórico, siendo su obra más ambiciosa la inacabada Teoría General de la Urbanización. Primero se interesó por la vivienda, y antes de la publicación de El Capital, censó en un minucioso trabajo de estadística centenares de jornales y alquileres de la clase obrera, escandalizándose al comprobar que el precio que pagaba por metro cuadrado del alquiler un obrero era mayor que el de las clases acomodadazas, o que de las 333 categorías profesionales obreras que censó sólo a 11 les era posible alimentar a su familia, a costa de que tuvieran sólo dos hijos. Después se interesó por el transporte y el movimiento, pilares de sus tesis. Por último vio la necesidad de crear una nueva disciplina, una disciplina donde confluyeran conocimientos de arquitectura, ingeniería, estadística, economía y derecho y con la planificación de la ciudad como objetivo. Para está nueva disciplina buscó un nombre y después de descartar términos como vialidad o derivados de civitas, se decantó por urbanismo. Emplea el término urbanismo trece años antes que About en Francia, treinta antes que el “construir ciudades” de Camilo Sitte en alemán y casi medio siglo antes del uso del “town planning” inglés. También inventó el término rurizar, que utiliza como lema o declaración de intenciones en la portada de T.G.U : “rurizad lo urbano: urbanizad lo rural” en una sorprendente y muy avanzada concepción de la ocupación del territorio.
Podría seguir escribiendo sobre una obra y un personaje más que singular pero creo que es suficiente para entender porqué fue denostado y vilipendiado por las clases privilegiadas, las élites culturales y el nacionalismo catalán. También es suficiente para mostrar mi admiración por un humanista más allà de su proyecto de ensache de Barcelona que hoy todos admiramos y sufrimos.


dilluns, 25 de gener del 2010

Dolor, dibujo, arquitectura.

"Nuestra Vida es tan infinita como ilimitado es nuestro campo visual". 6.4311 (final)
Ludwig Wittgenstein, "Tractatus logico-philosophicus".





¿Se acuerda alguien de "El vientre del arquitecto" ("The belly of an Architect")?

Una peli del 87 del siglo pasado, de Peter Greenaway, donde Brian Dennehy interpreta uno de sus pocos papeles protagonistas... ¿Sí? ¿Les suena? Les pongo en situación: un afamado y maduro arquitecto americano (Stourley Kracklite) llega a Roma para comisariar una exposición retrospectiva sobre otro arquitecto: Etienne Louis Boullée. Casi nada. El argumento, pues que del polvo venimos y al polvo vamos. Y de polvo en polvo. Si les pica la curiosidad, adelante con la peli. Háganlo. Yo me lo pasé pipa. Si no les gusta, les cedo el espacio de comentarios de un poco más abajo para que me dejen a parir.

Pero si rescato este casi fósil del celuloide, es porque incluye la escena donde se refleja mejor que en ningún otro lado lo que significa el dibujo para un arquitecto: todo. Para él, entender es dibujar. Los límites de su conocimiento son los límites de lo que puede dibujar. Lo puede dibujar todo. Incluso el dolor.












Cuando acuda al médico con sus planos de dolor, éste le preguntará: "Arquitecto, supongo..."




Esto ha sido una coproducción conmigo mismo, en el antropógrafo, a propósito de una serie dedicada al Tractatus.

dijous, 21 de gener del 2010

La Plaza Lesseps como una de las Bellas Artes y el ciudadano, como ruido.

La Plaza Lesseps, desde el mismo emplazamiento en que obtuvo su foto Francesc Català-Roca. La churrería aparece dos veces. La exposición ha sido tan larga, que se ha movido.

Uno de los arquitectos que nos sorprendió en los ochenta con la plaza dels Païssos Catalans, repite la fórmula en la Plaza Lesseps. Por eso le ha salido una plaza demodée, tanto que hasta tiene hombreras. O, al menos, eso parecen las marquesinas que cubren las entradas del túnel que la cruza.

Esas hombreras, descubren, a su vez, la incoherencia con que ha actuado el arquitecto. Así, mientras los trabajos subterráneos han buscado allanar la plaza, la superficie se ha llenado de objetos que ascienden en dirección opuesta. Por su forma y distribución, estas estructuras no parecen tener otra función que ser mirados (ad-mirados?). Para ayudarnos en ese propósito, el arquitecto sugiere una serie de puntos de vista, en los que se trasparenta su servidumbre hacia el ordenador. Esos encuadres no se representan a si mismos, sino a los renders con los que ha previsualizado su obra. Eso es tan evidente, que hasta me ha parecido ver algún pixel por la plaza.

Estos renders escala uno:uno evidencian también que el arquitecto no ha tenido en cuenta los edificios que rodean la plaza. Por eso, resulta muy difícil poder (ad) mirar las estructuras nítidamente destacadas sobre un fondo uniforme, como podría ser el cielo. Es más probable que se confundan con las edificaciones. Esa viviendas y su contenido - nosotros, los ciudadanos - son ruido de fondo que impide apreciar correctamente la plaza. Supongo que esta metáfora es compartida también por el cliente que ha encargado la plaza. Aunque, uno tiene la sensación que, en estas obras de tema libre, como son las plazas, los museos o todoesojunto, la administración no actúa como cliente, sino como comprador compulsivo. Propongo que los arquitectos que leen esto contesten con sinceridad y astucia (es decir, con nick y desde un ciber) a esta cuestión.
Ricard Martínez


diumenge, 17 de gener del 2010

La Ciutat de la Justícia de David Chipperfield.



Resolución de un 2010 propositivo. Detectada la tendencia a recrearnos en el mal estético, decidimos poner remedio centrándonos tan solo en positividades. Así que rescato esta fotografía, que tomé con prisas antes que un semáforo enverdeciera y yo tuviera que abrir gas para rodear la Plaça Cerdà. Está hecha a huevo, con una Minolta a carrete de la que ya hablé, encuadrando a bulto por culpa del casco integral. Este sol bajo de mediodía corresponde a uno que sobrevoló Barcelona a finales de 2008. Ya no hay luces como las de aquel sol...

Pese a que buena parte de su genética la debe al azar, me gusta esta foto. Primero, porque la protagonista es la luz. Segundo, porque contiene los elementos que más valoro en esta obra de David Chipperfield.

En un emplazamiento constreñido, se desarrolla un programa de un porrón de metros cuadrados. Disgrega la edificabilidad en diferentes cubos, unificados por un mismo traje de austeridad. Y como un buen sastre, Chipperfield cuida las costuras. Así la última planta la cose con cielo, un anclar la arquitectura en el lugar. Esa sombra arrojada por el contraluz muestra la importancia del zurcido, pese al remiendo zafio que poco después sufriera La Ciutat de la Justícia: esos ventanales abiertos están hoy tapiados, ciegos... una losa con la que cargar.

Barcelona, esa ciudad donde tantos arquitectos estrella se estrellan (algo tendrá de mala clienta), cuenta ahora con una obra de las que construyen lugar.


De Chirico, "Melanconia"


dissabte, 9 de gener del 2010

Melón con jamón.


Esbozo de los vestuarios del Ateneu Torrellenc.

En esto de la bloggesfera practico una navegación muy de cabotaje. Para no perder la línea de la costa en este mar ignoto, voy de conocido a conocido del conocido, para poco a poco dejar que el horizonte se vaya ampliando sin riesgo a naufragar en el tedio. Así las cosas, ya no sé por qué caminos he acabado recalando en el puerto del Crítico Constante, un feliz encuentro que os manifiesto muy recomendable. El caso es que hará unos pocos días, comentó un chascarrillo oído a una conocida con la que compartió una tarde. Me permito reproducirlo bajo estas líneas porque refleja una lógica muy común en muchos proyectos:

Un arquitecto y un constructor se van a comer. Pregunta el camarero qué tomarán de primer plato y el arquitecto dice:
-Para mí, melón con jamón.
-Y yo, sandía con chorizo -añade el maestro albañil.

Lógicamente, se permiten todo tipo de permutaciones, ya que donde dice constructor cabe el cliente... e incluso el arquitecto!



dilluns, 4 de gener del 2010

Un paseo por Kyoto

La crisis se terminó: lo anunciaron anoche en televisión. Así que me he sentido liberado de la engorrosa y patriótica tarea de consumir, hoy parece que el país ya no necesita de mis compras para salir adelante. Liberado del deber de distribuir mi gasto entre restaurantes, cines y teatro, y un poco aturdido ante el vacío, he decidido ir ha darme una vuelta. Me gusta andar, soy de paso ligero, así que no he tardado mucho en plantarme en una tasca de la 43, en el centro de Tokio. Ciudad donde por lo visto se está, o se estaba, celebrando estos días un prestigioso congreso de arquitectos y prestidigitadores, vamos que los grandes gurus de la disciplina se han dado cita aquí para hablar de sus cosas.
Sintiéndome ajeno y convencido de lo poco en común con todos ellos, pedí mis makis bañados en sake, entregándome a los placeres de una ciudad desconocida. Ya cargado, la curiosidad me venció, probamos nuestra orientación en el metro y nos plantamos en las puertas del auditorio donde se celebraba dicho congreso. El fin de fiesta había dejado a modo de confeti cientos de programas de las conferencias. Destacaban unos panfletos rosados, “la arquitectura es un arte visual”, de un tal Slim, o algo así, ¡vaya imbécil!
Confirmado que ha sido un acierto llegar tarde. Nini me convence, o yo a ella, de montarse en el tren bala y plantarnos en Kyoto. Ella con la esperanza de ver un espectáculo de Kabuki, yo con la de emular al Sr.Taut y descubrir para occidente el palacio imperial, o tan sólo volver a ver esos Mondrians que Ishimoto fotografió en blanco y negro.
El palacio imperial Katsura está construido a trozos por dos príncipes a o largo del siglo XVII. O sea, más o menos contemporáneo al palacio de Versalles, claro que este último es el fruto de la acumulación de poder, símbolo de la dominación del hombre, uno en particular, sobre los demás y sobre la naturaleza, y Katsura más bien es el reflejo de una familia imperial sin poder, lo perdió frente a los samurais y tuvo que conformarse con la vida contemplativa y el dominio sobre la ciencia y las artes, siendo la ambigüedad y el equilibrio de poder entre samurais y nobleza y mercaderes urbanos una necesidad.
No se encuentra en lo alto de una colina como Versalles, carece de un foco central, de un gran eje o de un enorme patio de honor. Se trata de una serie de cuerpos adosados de forma escalonada, o en formación de vuelo de ganso, buscando la mejor orientación de cada sala y la vista sobre el lago y los jardines que se suceden fragmentadamente sala tras sala, más o menos como la planta de una de las casas de Neutra. ¿Y los jardines? Con la naturaleza mitificada, las visuales cambiantes y la falta de referencias, si son tan distintos a la naturaleza dominada por el rey sol de Versalles, es sobre todo porque la arquitectura está destinada a satisfacer otras necesidades más allá de su apariencia visual.
Ishimoto y Tange nos enseñaron a ver los espacios claros, versátiles y desnudos del palacio, la horizontalidad, las composiciones a lo Mondrian y otros tópicos de la arquitectura moderna. Se olvidaron de fotografiar los enormes y magníficos tejados cóncavos poco acordes con la arquitectura moderna, y tuvimos que esperar a los años ochenta, con la arquitectura enfrascada en mayores ambigüedades, para poder disfrutar de ellos. Esta vez, en color, Ishimoto se aleja del objeto fotografiado, no abusa de los planos descontextualizados y nos muestra sin rubor la decoración inacabada y algo rústica de un palacio menos estático.


Es de perogrullo que la arquitectura, o lo que algunos entendemos como tal, trasciende lo visual, crea y satisface necesidades, es signo de los valores de quien la promueve, y la entendemos en cada momento según nuestra condición. Y, obviamente los maestros carpinteros que construyeron Katsura no eran arquitectos, ni mucho menos artistas, tampoco lo era el maestro de la ceremonia del te que concibió sus parámetros estéticos.

Los reflejos del sol, que deberían ser de luna, en el lago enrojecen shoji y techos. Antes que una amable japonesa nos eche, Nini y yo casi ocultos en el Tokonoma del viejo Shoin damos rienda suleta a nuestras lascivas necesidades emulando los delicados príncipes del pais del sol nasciente, o del imperio de los sentidos.