Frente a "el que espera, desespera", se puede esgrimir que "nunca es tarde si la dicha es buena", que creo que es el caso. Así que tras una obra interminable en la que la constructora retó la paciencia de los propietarios y la dirección facultativa que subscribe, la casa ya tiene quien la duerma: se acabó.
Terminar una obra despierta un sabor agridulce en el arquitecto. Por un lado, eso que fue tan tuyo una vez, de golpe te es extraño, ya no te pertenece. Cuando te ofrecen volver cuando quieras, se evidencia la ruptura. Como una relación que se rompe y prometes un contacto, una amistad; pero te das cuenta que eso es un sucedáneo de lo que fue y decides quedarte sólo con el recuerdo en lugar de con un simulacro agónico.
Pero luego está la alegría que te contagian los propietarios. Sentir esta felicidad, cuando se produce, compensa todos los sudores y batallas que se libran para llevar la casa a buen puerto. Un arquitecto sólo tiene sentido cuando da liebre por gato. Sería fácil escurrir el bulto y tirar de recurso, mirar a otro lado frente a las trastadas del constructor, desertar del tira y afloja con la propiedad cuando se proponen soluciones alejadas del estereotipo al que puedan estar acostumbrados.
Sí. Al final queda una satisfacción con un punto de tristeza, cálida...
FICHA TÈCNICA: Casa Pianos. Arq. Isidre Santacreu, ap. Manel González. Riells i Viabrea (Girona).
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada